De todos los productos contaminantes que se liberan cada año en el medio ambiente a raíz de la actividad humana, los contaminantes orgánicos persistentes figuran entre los más peligrosos.
Se trata de sustancias altamente tóxicas, que tienen una serie de consecuencias negativas en los seres humanos y los animales, en particular, muerte, enfermedades y defectos congénitos.
Entre los efectos específicos pueden mencionarse cáncer, alergias e hipersensibilidad, desórdenes en el sistema nervioso central y periférico, anomalías en la reproducción y perturbaciones en el sistema inmunitario.
Se considera asimismo que algunos contaminantes orgánicos persistentes causan desórdenes endocrinos que, al alterar el sistema hormonal, pueden dañar los sistemas reproductivo e inmunológico de los individuos expuestos y de sus descendientes, tener efectos carcinógenos, y generar trastornos en el crecimiento.
Estos compuestos sumamente estables pueden durar años o decenios sin descomponerse. Circulan por todo el mundo a través del proceso conocido como "efecto de saltamontes".
Los contaminantes orgánicos persistentes liberados en un lugar del mundo pueden, a través de un proceso repetitivo (con frecuencia, estacional) de emisión, deposición, emisión, deposición, ser transportados por la atmósfera a regiones muy distantes de la fuente originaria.
Además, los contaminantes orgánicos persistentes se concentran en los organismos vivos a través de otro proceso llamado bioacumulación. Estos contaminantes, pese a no ser solubles en agua, son rápidamente absorbidos por el tejido adiposo, en que las concentraciones pueden multiplicar el nivel básico hasta 70.000 veces. Los peces, las aves depredadoras, los mamíferos y los seres humanos se sitúan al final de la cadena alimentaria, y absorben las concentraciones más elevadas. Cuando estos individuos se desplazan, los contaminantes orgánicos persistentes se desplazan con ellos. Como resultado de estos dos procesos, pueden encontrarse estos agentes en personas y animales de regiones como el Ártico, situadas a miles de kilómetros de cualquier fuente importante de dichas sustancias.
Los contaminantes orgánicos persistentes se utilizan como plaguicidas, se consumen en la industria o son generados no intencionalmente como subproductos de diversos procesos industriales. Las 12 sustancias que, según se admite, requieren las medidas más urgentes, son: Toxafeno, Mirex, Hexaclorobenceno, Heptacloro, Furano, Endrina, Dioxinas, Dieldrina, DDT, Clordano, Bifenilos policlorados, Aldrina.