Proyecto premiado por Naciones Unidas:
Reciclaje de envoltorios ayuda a mantener una escuela en México
Artesanas de la comunidad de Huixquilucan transforman envases de golosinas en carteras, bolsos y otros artículos que se venden en Estados Unidos y Europa.
La Casa de los Niños de Palo Solo es una de las pocas escuelas Montessori que hay en México. Atiende a niños con pocos recursos y se construyó, hace más de veinte años, sobre un vertedero.
Las mamás de los alumnos, preocupadas por su situación económica y por no poder pagar la cuota escolar, buscaron una forma creativa de aportar fondos a la escuela. Y la basura que un día ocupó el terreno de esta Casa de los Niños les dio la respuesta.
Una vieja técnica nahuátl para tejer hojas de palma, ya aplicada a materiales de desecho por mujeres de la zona, les ha permitido reciclar unas cuarenta toneladas de residuos industriales desde que partieron con el proyecto. Y, tan importante como esto, mantener a las casi cien familias de la comunidad y a la escuela Niños de Palo Solo.
Porque cada mes salen de Huixquilucan entre 2 mil y 3 mil bolsos, cinturones, agendas, neceseres, estuches y fundas para celulares, que se venden cada vez mejor en Estados Unidos y varios países de Europa, donde el comercio justo "es muy aplaudido", comenta Judith Achar, fundadora de la Fundación Mitz ("para ti" en la lengua nahuátl), que es la que gestiona esta iniciativa.
Ella acaba de estar en Ruanda, donde recibió el premio de la Naciones Unidas al "Mejor proyecto reciclador de residuos industriales". El 100% de las ventas de los originales accesorios regresa a la comunidad que tanto está cambiando gracias a ellos. El 50% retribuye a las artesanas, el 30% financia la manufactura y los gastos de operación, mientras que el 20% restante se destina a la escuela.
La edificación tiene aulas luminosas, donde 250 niños de todas las edades aprenden en un ambiente de respeto a la individualidad, en el que cada uno puede decidir si prefiere dedicar la mañana a la geografía o a las matemáticas.
Es el lugar perfecto para que un niño pele naranjas para el desayuno y otro se afane en limpiar el cristal de la puerta de la clase, mientras sus compañeras aprenden las tablas de multiplicar con los ábacos que en su día diseñó María Montessori, tan coloridos como los productos que tejen sus mamás.